viernes, 17 de abril de 2009

Manuel Cabello Janeiro: La palmera del Convento de Ubrique.



El artículo que podemos leer a continuación fue escrito por Manuel Cabello Janeiro a principios de los 70 para participar en los juegos florales de la sierra. Fue publicado en el diario ABC el 11 de septiembre de 1974 y por el Diario Sur de Málaga
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 "Del seráfico convento, barco varado en el solitario mar de sus huertas, aún quedan enhiestos dos mástiles de sutiles alturas: la espadaña trinitaria de su campanario y su centenaria palmera. El convento de Capuchinos de Ubrique, sobre una liviana moheda, está vacío muchos años ha. Sólo el santuario lo ocupa la Patrona, Santísima Virgen de los Remedios. La mole conventual, tranquila, reposada y blanca, atesora sobre la piedra su recuerdo y se airea con los acompasados movimientos de una palmera. 
Su figura es como una huella indeleble y fiel de su pasado. Esa única y gigantesca palmera, de tronco recto y alto, con hojas laciniadas formando su penacho, se encuentra en el pequeño camino que conduce a una alameda; en ésta, entre fuentes y manantiales, pilones y albercas, la reminiscencia de un exhuberante pasado. Ella misma se doblega con rítmicos vaivenes tocados por el aire: A la izquierda y a la derecha, a todos lados, en reverenciales movimientos desde su altura hace un esfuerzo por escudriñar lo que por su alrededor pasa. 
Mientras... Soledad y silencio. Al pie de la palmera yo descanso y me quedo profundamente dormido... "¿Qué buscas tú por aquí?" -me pregunta la palmera. Ya ves, yo siempre sola. A veces me distraigo mirando de un lado para otro, así cambio mi monótona postura. Hoy te he encontrado a tí. Nací cuando trajeron a la Virgen de Sevilla ¿Lo sabías? Yo era muy chica, apenas era un palmito en el suelo. Junto a mí, en esa gran piedra junto al instituto, se apareció la Señora a Leonor, la hija del hortelano. ¡Qué susto pasó la pobre! Varios años antes, en 1663, el Duque de Arcos, Don Rodrigo, había pedido construir un convento en Ubrique, porque dos veces los capuchinos le habían salvado la vida, y él sabía que los capuchinos les harían mucho bien al pueblo. Pero no fue la Casa Ducal quien construyó el convento. Lo hizo el pueblo entero, bajo el patronato de aquel genial Alonso Borrego, que en su día quiso ser cartujo, o carmelita, o capuchino, y terminó siendo "cura de misa y olla". 
Con él trabajó incansablemente el síndico capitán Morales. Aún sin terminar vino una pequeña comunidad de capuchinos. Se instalaron en el San Juan. Como superior venía fray Bernardino de Granada. Cuando la Virgen se le apareció a Leonor (tenía la niña ocho años), le entregó un cordón de sayal y una carta. Ya te digo que todo el pueblo trabajó para construir el Convento. Con tanto ahínco y tesón que la monumental obra fue realizada en un tiempo récord de ocho años: entre 1660 y 1668. Y hubo hasta sus anecdóticos accidentes. Recuerdo que un grupo de ubriqueños se adentró en los montes propios de Cortes de la Frontera para cortar la madera necesaria para las obras y fueron hechos presos por la Guardia. Hubo que andar muy prestos para poderlos liberar. Cuando trajeron esa bonita imagen de la Patrona, la que está en el Santuario, desde Sevilla, regalo de la comunidad Trinitaria, Leonor, que estaba muy cerquita de mí, gritaba y gritaba, a sus veintidós años, que era Ella, la mismísima, que de niña se le había aparecido. ¡Si vieras cuántas y cuántas cosas he visto desde mi altura...!  
Recuerdo al hermano Diego de Cabra, que por olvidar una cartera en la fuente perdió la vida. A fray Pedro de Teba, el "eminentísimo ingeniero", creador del suministro de agua del convento y de la población. Y ¿qué decir de los venerables Felix José de Ubrique, predicador en la corte de Carlos II, e Ignacio Calvo, muerto en olor de Santidad? ¿Y de aquella noche tormentosa, en la que el padre Buenaventura subía a los picos de nuestra sierra pidiendo a Dios que calmara la tempestad? Allí dejó clavadas tres cruces, la del Tajo, la de la Viñuela y la del Benalfí; y no contento con esto construyó El Calvario y su Vía Crucis. ¿Y José Caamaño, el beato Diego de Cádiz chiquito? ¿Te cansas de tantos nombres? 
Desde mi altura he visto todos los azotes habidos en Ubrique. El cólera de 1.800; la peste amarilla y los vómitos negros de 1.804; la sequía de 1.817, el cólera morbo de 1.855, centenario ya el voto de los cabildos. He contemplado las numerosas vicisitudes políticas, cómo el 16 de mayo de 1.810 los franceses arrasaron el pueblo; los graves atropellos que sufrió la población entre 1.869 y 1.873, con el asesinato del alcalde Toro; los efectos funestos de la Mano Negra, ahora hace un siglo; los incendios de 1.936... ¿Para qué te voy a hablar más de tanta tragedia?  
Porque pienso que tras todas las tormentas llegó la paz y la calma. Pues ahora, desde mi altura, sólo veo la quietud, la laboriosidad, la entrega total de un pueblo, mil veces renacido de sus propias cenizas, como el Fénix de leyenda. Párate y observa tú mismo esa grandeza. Mira el Calvario, clavel blanco en la solapa de la Sierra, y pensarás en el Beato Diego de Cádiz de niño. Mira sus cruces iluminadas, llamas hacia el cielo, y recordarás al seráfico Buenaventura. Columbra la Cornicabra, y sentirás envidia de su altura, porque allí se está más cerca de Dios. Observa el San Antonio, con los rubores de antaño, y a sus pies intrincadas callejuelas, con sabor morisco, mostrando sus desnudeces con cándida hermosura. 
Sus nombres son nostálgicos recuerdos: Fuentezuela, Ladereta, Libertad, Caracol, Saúco, Guindaleta; o pícaras reminiscencias del pasado: la de los gatos, la del pescado, Culito, Tragamasa... 
 Y todo esto forjando un Ubrique moderno, que nace de sí mismo, haciendo bandera de su nombre. Bandera que portan sus hombres como estandarte en la batalla de la vida. Luchan y vencen, levantando nuevos mundos . El mundo de la industria, del poder y la riqueza. El mundo del prestigio, ganado paso a paso, gota a gota por la habilidad de sus manos artesanas. El mundo del amor, porque amor ponen en las piezas que construyen. El mundo de la fraternidad con los otros pueblos de la Sierra. El mundo, en fin, de su propia grandeza. La tarde comenzaba a declinar. La palmera me dijo un suspirado adiós, nacido del mejor de sus contoneos. Después... Soledad y silencio. 

 Manuel Cabello Janeiro. Ubrique, agosto de 1974. 



 Enamorados de este monumento de Ubrique, Manuel Cabello Janeiro y Esperanza Izquierdo Fernández abogaron siempre por su restauración, y lo propusieron en repetidas ocasiones como sede del futuro Museo de la Piel de Ubrique. Hoy día, tenemos la suerte de contar con la exposición "Manos y magia en la piel", auténtico germen de un verdadero museo. 

 Esperanza Cabello Izquierdo. Ubrique, marzo de 2009.

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